CeBrA

Mañana estarán muertas

Se llevaron a mi bebé. Kigali. Abril, 1994.
Me penetraron una, dos, tres veces.
Más tarde, no recuerdo, nos arrojaron
a otro cuarto sobre las uñas de la oscuridad
y violaron a todas las niñas.
Resonaban las voces de los locutores
de La Radio de las Mil Colinas.
Volvieron más ojos sobre mí, cinco, diez, doce.
-Cucaracha, no queda un lugar para ti,
el cielo y el gobierno te han abandonado.
Me humillaron con puños y pinzas,
mazas con clavos, botellas de cerveza,
¿que fuese madre les importaba?
El dolor, el dolor y morderse los labios.
Oía a las chicas gritar pero no las veía.
De nuevo me violaron. Me quería morir.
Pensé, Dios de la Selva, ¿quiénes son estos diablos?
Al día siguiente nos hicieron volver.
Me arrastraron como a un muerto
y estaba muerta como una piedra fría, en verdad.
Nadie hizo nada. Nadie nos protegió.
Como el entrenador alienta a sus jugadores
uno de ellos, director de asesinos, les decía a los otros:
¿No me preguntas siempre cómo sabe una Tutsi?
Mañana estarán muertas.
Al día siguiente una anciana arrugada
me contó que a las chicas las habían matado.
Me dijo cómo vivir. Huye, lucha por el amor.
No podía con mi bebé en los brazos.
Pero me fui y escondí en la ciénaga.
Ruanda, el genocidio más aterrador de África.
Oigo a los perros arriba, en la carretera,
comiéndose los cuerpos. Pasa un coche.
Sigo escondida en el pantano con mi hijo.


El faro de Dakar, Ed. Renacimiento, 2017